martes, octubre 10, 2006

Borrador de una carta a Adolfo Casais Monteiro

He tenido siempre, desde niño, la necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias, sueños míos rigurosamente construidos, vistos en visiones de claridad fotográfica, comprendidos por dentro de sus almas. No tenía yo más de cinco años y, niño aislado y no deseando sino estar así, ya me acompañaban algunas figuras de mis sueños - un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas - y otros que ya se me han olvidado, y cuyo olvido, como el imperfecto recuerdo de aquellos, es una de las grandes añoranzas de mi vida.
Esto parece simplemente esa imaginación infantil que se entretiene con la atribución de vida a muñecos o muñecas. Era sin embargo más: yo no necesitaba muñecas para concebir intensamente aquellas figuras. Claras y vidibles en mi sueño constante, realidades exactamente humanas para mí, cualquier muñeco, por irreal las arruinaría. Eran gente.
Además, esta tendencia no pasó con la infancia, se desarrolló en la adolescencia, arraigó con su crecimiento, se convertión finalmente en la forma natural de mi espíritu. Hoy ya no tengo personalidad: cuanto en mí hay de humano lo he repartido entre los autores varios de cuya obra he sido el ejecutor. Soy, hoy, el punto de reunión de una pequña humanidad sólo mía.
Se trata, a pesar de todo, simplemente del temperamento dramático elevado al máximo; escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas de almas. Tan sencillo es, en substancia, este fenómeno aparentemente tan confuso.
No niego, sin embargo - hasta lo acepto - , la explicación psiquiátrica, pero debe comprenderse que toda actividad superior del espíritu, puesto que es anormal, es igualmente susceptible de interpretación psiquiátrica. No me cuesta admitir que esté loco, pero exijo que se comprenda que no estoy loco de manera diferente que Shakespeare, cualquiera que sea el valor relativo de los productos de la parte sana de nuestra locura. Médium, así, de mí mismo, todavía subsisto. Soy, no obstante menos real que los demás, menos coherente, menos personal, eminentemente influenciable por todos ellos. Soy también discípulo de Caeiro, y todavía me acuerdo del día - 13 de marzo de 1914 - en que , habiendo "oído por primera vez" (es decir, habiendo acabado de escribir, de una sola aspiración de espíritu) gran número de los primeros poemas de El guardador de rebaños, inmediatamente escribí, seguidos, los seis poemas-intersecciones resultado de la influencia de Caeiro en el temperamento de Fernando Pessoa.

Fernando Pessoa -1935