lunes, diciembre 25, 2006

Cuestión de lógica


Para mí esto es lo lógico.


Imagen: "La reproduction interdite" ("La reproducción prohibida"), de René Magritte

sábado, diciembre 16, 2006


Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío.

Clarice Lispector (Un soplo de vida)

domingo, diciembre 03, 2006

El museo imaginario


Nuestra sensibilidad por la estatua mutilada, por el bronce de las excavaciones arqueológicas, es reveladora. No coleccionamos ni los bajorrelieves borrosos ni las oxidaciones; no es la presencia de la muerte lo que nos retiene sino la de la supervivencia.

André Malraux (El museo imaginario)

miércoles, noviembre 29, 2006

Los hijos del vidriero


Vivían en un pueblo viejo y pobre que ya no existe, llamado Nöda, en Diseberga, región en la que las nieblas son frecuentes. Albert, el vidriero, había nacido en un lugar cercano, pero su esposa procedía del norte, se llamaba Sofía y era en verdad bonita como una rosa. A sus hijos les pusieron los nombres de Klas y Klara. Klas en sueco significa cristal y el de Klara llevaba claridad a sus pensamientos. Albert era muy pobre, aunque la casita donde vivía y el taller en que trabajaba eran suyos. Era una casita pequeñísima. Todo el lado de una pared lo llenaba un sofá y un antiguo reloj. Al otro lado de la habitación había una cómoda y una alacena y en el centro, frente a la ventana, una mesa. Albert y Sofía dormían en el sofá y los niños en los cajones de la cómoda.

María Gripe: "Los hijos del vidriero".

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Fue uno de mis primeros libros leídos en la infancia...

sábado, noviembre 25, 2006

Nikiforos Vrettakos (Grecia, 1912-1991)


EXALTACIÓN

Mi alma como el cielo, como el océano, como el mar,
se desata esta noche en el infinito, sin encontrar descanso.
Rompió e hizo saltar los lazos a su alrededor
mi alma cálida como el cielo, como el océano, como el mar.

Como una galaxia interminable arrastro al universo hacia la danza.

Sol tras sol derrumbé, cúpula tras cúpula destruí;
y soy como un infinito, enorme mar azul,
donde sobre mí los estrechos cielos no arropan el agua.

María Polydouri (Grecia, 1902-1930)


SÓLO PORQUE ME AMASTE

No canto sino porque me amaste
en los años pasados.
Y ya con el sol, con presentimientos de verano,
ya con lluvia y con nieves,
no canto sino porque me amaste.
Sólo porque me tuviste entre tus brazos
una noche y en los labios me besaste,
sólo por eso soy hermosa como un lirio siempre abierto
y aún conservo un temblor en mi alma
sólo porque me tuviste entre tus brazos.
Sólo porque tus ojos me miraron
con el alma en la mirada,
orgullosa me adorné con la corona
más excelsa de mi existencia;
sólo porque tus ojos me miraron.
Sólo porque me amaste he nacido,
por esto se dio mi vida;
en el triste vivir no realizado
mi vida se cumplió.
Sólo porque me amaste he nacido.
Sólo porque tan bellamente me amaste
viví para multiplicar
mis sueños, amado mío, que cual astro te pusiste.
Y así en tal dulzura muero
sólo porque tan bellamente me amaste.


SOTIRÍA

Que pase ya el día con la luz.
¿Por qué tarda tanto la noche?
En la sombra de los pinos
un sillón me espera.
Se apagarán las luces de las salas
y el sueño vendrá cual un desmayo.
Aquí una cama vacía
no produce ninguna impresión.
Se ahondará la noche en el miedo
cuando el viento llegue repentino.
El eucalipto sacudirá su cabellera
junto con los secretos de los sueños.

viernes, noviembre 24, 2006

Hilanderas


Esta noche, presentación de la antología de poesía "Hilanderas".
22:30 en el Salón de Actos del Ateneo de Madrid. Calle Prado 21.
Presentan: Miguel Losada, Francisco Sevilla y Javier Lostalé.

"Hilanderas I": Pilar Adón, Eva Chinchilla, Patricia Esteban, Cecilia Eudave, Lucía Fraga, Cristina García, Esther Giménez y Ana Gorría.

"Hilanderas II": Guadalupe Grande, Marta López Vilar, Elena Medel, Esther Muntañola, Marina Oroza, Antonia Ortega Urbano, Yolanda Pérez Herreras, Ángela Torrijo, Alejandra Vanessa.

jueves, noviembre 23, 2006

El apartamento (Billy Wilder)


Nunca antes dos soledades se habitaron tanto...

AA. En una esquina


AA. EN UNA ESQUINA

Aquí, al volver el sol, han confluido
mi sangre con tu sangre de noviembre:
verde seco es vasija de otro verde
seco que abarca toda la costumbre
de renacer -cenizas son los días diecinueve y cada noche
en que Saturno manda en las estrellas-

No hay lugar para ti y para mí juntos
en esta ciudad rota en la que somos
tú y yo, no lo mejor de cada uno
sino tú y yo. No hay sitio.

Hay una esquina
que, aunque lugar de citas imposibles,
es el único punto que nos queda
para que la belleza del encuentro
y el dolor consecuente a la belleza
dignifiquen al menos nuestra ausencia.

Noviembre, 1974


Aníbal Núñez

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Imagen: "Gran Vía" de Antonio López

lunes, noviembre 20, 2006

Hay ventanas que pueden habitarse



La ventanilla de un tren
puede llegar a contener el mundo en un instante.

Rosana Acquaroni


Imagen: Tren Madrid-París (septiembre de 2004)

domingo, noviembre 19, 2006

Día 2


Día 2:

Llegamos a las calles de la vida, paseamos hasta extenuarnos de ternura. Éramos eso: la luz en cada baldosa, el calor del abrazo, la belleza contemplada y generosa que se volvía nuestra mirada. Atenas es lo que éramos nosotros: la tristeza olvidada, la voz que se perdió ante la muerte. Después de un año atroz (recordamos y sentimos sin parar a Gil de Biedma) llegamos a la ciudad con el mismo llanto que se tiene ante la luz.
Atenas guardó con cuidado todo lo que le di y era mío...ella pudo nombrar lo que yo ya no podía.


Imagen: Ágora ateniense (agosto de 2006)

Brooklyn


Sin saber cómo ni por qué...estuve en el Puente de Brooklyn. Era de noche, paseaba y encontré mi nombre diminuto y olvidado al decir alguien al otro lado del recuerdo:

"Yo te espero a la luz de un pasado imperfecto. / Tú llegas por las sombras de un futuro perdido." (L.G.M)

Extrañamente exacto...

martes, octubre 10, 2006

Borrador de una carta a Adolfo Casais Monteiro

He tenido siempre, desde niño, la necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias, sueños míos rigurosamente construidos, vistos en visiones de claridad fotográfica, comprendidos por dentro de sus almas. No tenía yo más de cinco años y, niño aislado y no deseando sino estar así, ya me acompañaban algunas figuras de mis sueños - un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas - y otros que ya se me han olvidado, y cuyo olvido, como el imperfecto recuerdo de aquellos, es una de las grandes añoranzas de mi vida.
Esto parece simplemente esa imaginación infantil que se entretiene con la atribución de vida a muñecos o muñecas. Era sin embargo más: yo no necesitaba muñecas para concebir intensamente aquellas figuras. Claras y vidibles en mi sueño constante, realidades exactamente humanas para mí, cualquier muñeco, por irreal las arruinaría. Eran gente.
Además, esta tendencia no pasó con la infancia, se desarrolló en la adolescencia, arraigó con su crecimiento, se convertión finalmente en la forma natural de mi espíritu. Hoy ya no tengo personalidad: cuanto en mí hay de humano lo he repartido entre los autores varios de cuya obra he sido el ejecutor. Soy, hoy, el punto de reunión de una pequña humanidad sólo mía.
Se trata, a pesar de todo, simplemente del temperamento dramático elevado al máximo; escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas de almas. Tan sencillo es, en substancia, este fenómeno aparentemente tan confuso.
No niego, sin embargo - hasta lo acepto - , la explicación psiquiátrica, pero debe comprenderse que toda actividad superior del espíritu, puesto que es anormal, es igualmente susceptible de interpretación psiquiátrica. No me cuesta admitir que esté loco, pero exijo que se comprenda que no estoy loco de manera diferente que Shakespeare, cualquiera que sea el valor relativo de los productos de la parte sana de nuestra locura. Médium, así, de mí mismo, todavía subsisto. Soy, no obstante menos real que los demás, menos coherente, menos personal, eminentemente influenciable por todos ellos. Soy también discípulo de Caeiro, y todavía me acuerdo del día - 13 de marzo de 1914 - en que , habiendo "oído por primera vez" (es decir, habiendo acabado de escribir, de una sola aspiración de espíritu) gran número de los primeros poemas de El guardador de rebaños, inmediatamente escribí, seguidos, los seis poemas-intersecciones resultado de la influencia de Caeiro en el temperamento de Fernando Pessoa.

Fernando Pessoa -1935

domingo, septiembre 24, 2006

FLORES AMARILLAS


Cuando se mueve la cortina al viento
soy más frágil que las flores amarillas.

Li Qingzhao


Imagen: "Flores amarillas", Henri Matisse

domingo, septiembre 17, 2006

OTOÑO


Qué haré yo en el otoño cuando arden
las aves y las hojas y si llueve
es sobre el cuerpo descubierto que arde
al agua del otoño

Qué haremos del cuerpo y de la voluntad
de someterlo al fuego del otoño
cuando el cuerpo se quema y cuando el sueño
bajo un rumor de lluvia se deshace

Todo desaparece bajo el fuego
todo se quema todo se aegura
contra el fuego y cada cuerpo vase

prendiendo al fuego raso
luego tan sólo puede
arder inmerso cuando todo arde


Gastão Cruz

viernes, septiembre 15, 2006

HUIDA


El único que huyó del tiempo en Pompeya... y alcanzó el viento para sostenerse...


Imagen: "Huida en Pompeya", Italia, agosto de 2006

miércoles, septiembre 13, 2006

MEMORIA DE LA MELANCOLÍA


Perdonadme que cuente de manera tan personal mi amor a las cosas inanimadas que se despierta en los que van a morir. Calle a calle, sobre un montón de casas rotas, se paseó la muerte. Abrieron el vientre de mi calle las bombas. La oigo llorar aún con sus cientos de ventanas golpeándose en sus quicios durante toda la noche. (...) Mi barrio se quedó lleno de hoyos enormes colmados de agua. Agua de cañerías quejándose, cicatrices en los muros, astillas, cables y hierros rotos. Los árboles tenían su cabeza el pie del tronco: en el alero, el chal de una muchacha, y un poco más arriba, sobre el techo humeante, una máquina de coser. Estrellada en la acera, una muchacha que tal vez fuese la propietaria de las tres cosas. Y no quiero hablaros de los niños. Los niños que claman porque se cierran las ventanas, los niños que no consiguen nunca olvidar el estruendo de las explosiones y se les queda dando vueltas en su cabecita sin encontrar salida...


María Teresa León: Memoria de la Melancolía.

AURIGA


¿Qué es lo que han visto los ojos de un auriga?


Imagen: Auriga de Delfos, Delfos, Grecia, agosto de 2006.

EL PARAÍSO SOBRE LOS TEJADOS


Bastaron los tejados para entender la dicha:
ese rumor de luz cayendo tibiamente sobre el mundo.


Imagen: Tejados de Florencia y el Duomo, despertando en agosto.

lunes, julio 31, 2006


CANCIÓN JÓNICA

Aunque hayamos destruido sus estatuas,
aunque los hayamos sacado de sus templos,
los dioses no han muerto por ello, en absoluto.
Oh tierra jónica, es a ti a quien ellos aún aman,
es a ti a quien sus almas aún recuerdan.
Cuando la mañana de agosto se alza sobre ti
un vigor de su vida se mueve a través de tu aire;
y de vez en cuando una figura de juventud etérea,
indistinta, con paso rápido,
cruza por sobre tus cerros.

Constandinos Cavafis

martes, julio 25, 2006

Cidade

A José Ángel García Caballero, que habitará Lisboa y buscará a Fernando y a Sophia...

CIDADE

Cidade, rumor e vaivém sem paz das ruas,
Ó vida suja, hostil, inutilmente gasta,
Saber que existe o mar e as praias nuas,
Montanhas sem nome e planícies mais vastas
Que o mais vasto desejo,
E eu estou em ti fechada e apenas vejo
Os muros e as paredes, e não vejo
Nem o crescer do mar, nem o mudar das luas.
Saber que tomas em ti a minha vida
E que arrastas pela sombra das paredes
A minha alma que fora prometida
Às ondas brancas e às florestas verdes.

Sophia de Mello

domingo, julio 23, 2006

"Lunar" de José Luís Peixoto

O brilho nas pedras do passeio. Pontos de luz tremem sobre a água fina
que a noite, a chuva, deixou sobre as pedras. Eu caminho sobre a organização
das pedras do passeio. Diante de mim, um manto de pontos de luz que se
acendem e que se apagam. A sua vida é breve. A minha vida é breve. São
pontos de luz que abrem caminhos para que avance. As minhas botas pousam
entre esses pontos de luz a nascerem, a viverem durante um instante e a
morrerem para sempre. Mil pontos de luz a morrerem em instantes
diferentes, em sítios diferentes, ignorando-se e fazendo parte da mesma
ordem. Pelos muros do jardim, escorre uma camada fina de água, pele
cristalina de cálice, água límpida como veneno. A repousar no topo do muro,
a escorrer como uma avalanche suspensa, há plantas, folhas, ramos de árvores:
braços verdes que pararam no momento em que se lançavam para agarrar
alguém que, como eu, caminhava no passeio. Também na pele vertical do
muro, também nas folhas, há pontos de luz que existem delicadamente.
Como em olhos sinceros a brilhar. Mãos cheias de pó a brilhar lançadas sobre
as pedras do passeio, sobre o muro do jardim e sobre os ramos que se atiram
do seu topo.
Uma brisa ergue-se do interior da terra e chega a mim, à consciência de
mim: o meu rosto, os meus lábios, o meu corpo tocado por essa brisa.
Caminho por entre essa brisa a passar por mim, como se atravessasse uma
multidão invisível. A brisa, ao tocar os meus olhos, transforma-se em
lágrimas que descem frias pelo meu rosto. Os meus lábios. Sinto-as e sinto a
memória das vezes que chorei o desespero parado, mais triste, de lágrimas
que descem lentamente pelo rosto. O tempo passa por mim como qualquer
coisa que passa por mim sem que a consiga imaginar e as lágrimas, que eram
apenas a brisa a tocar os meus olhos, começam a ser lágrimas de desespero
verdadeiro. Páro no passeio. O mundo pára. E lembro-me de ti como uma
faca, uma faca profunda, a lâmina infinita de uma faca espetada infinitamente
em mim. Não passou muito tempo desde que a manhã nasceu. Passou muito
tempo desde que me deixaste sozinho entre as sombras que se confundiam
com a noite. Noutras noites, olhámos para a lua. Nesta noite, não olhámos
para a lua. Noutras noites, olhámos para a lua e enchemo-nos de desejos.
Nesta noite, não olhámos para a lua e sofremos. Noutras noites, olhámos
para a lua e não sabíamos o que era sofrer. Escuridão e esperança. Na lua,
víamos mais do que o reflexo daquilo que queríamos inventar: os nossos
sonhos. Víamos um futuro que era maior do que os nossos sonhos e que nos
envolvia e que nos puxava para dentro de si. Nós sabíamos que nos esperava
algo muito maior do que aquilo com que podíamos sonhar. Estávamos
enganados. Aqui, sobre estas pedras que brilham, sob estas lágrimas no meu
rosto, sei que nos enganámos e sei a lâmina infinita de uma faca.
Lá no sul, onde nasci: o meu corpo dentro do corpo da minha mãe, sob
a sua pele, encostado aos seus ossos; lá no sul, existem casas caiadas, existem
campos, existem planícies que estão agora tão longe de mim e que, ao mesmo
tempo, estão aqui porque são a memória de algo que sei que existe. Dentro
dessa memória, na primeira vez que a lua se encheu e brilhou perfeita depois
de eu nascer, a minha mãe esperou o momento em que todas as pessoas da
casa adormeceram. Pousou sobre a mesa da cozinha o xaile com que me
envolvia e abriu portas até descer os degraus do quintal. Tinha os pés
descalços sobre a terra. Eram os últimos dias do verão. No centro do céu da
noite, a lua tinha parado na explosão da sua luz branca e gelada. Os dedos da
minha mãe eram grossos no momento em que, com ambas as mãos me
levantou no ar, sobre a sua cabeça, na direcção da lua e disse: Ò lua, ò luar,/ eu
fi-lo nascer/ ajuda-mo tu a criar. Eu era pequeno e branco. Nos olhos da
minha mãe via-se os seus braços erguidos, via-se o meu corpo dentro do
círculo branco da lua.
Nesta noite, antes e depois de nos separarmos, era essa mesma lua que
existia no céu. Como a minha mãe, essa lua existia num lugar onde não a
tentámos ver, mas sei agora que existia e saber isso é saber que o mundo é tão
vasto. Agora, neste momento, não sei onde estás. Imagino-te a fazer tantas
coisas. Imagino-te a não te lembrares de mim. Agora, longe daqui, existe a
terra do sul onde nasci. Estou parado e sei que vou recomeçar a caminhar.
Não passou muito tempo desde que a manhã nasceu. Olho para as minhas
botas e vejo uma altura de nevoeiro que começa a levantar-se do chão e a
envolver-me lentamente os joelhos. Os pontos de luz que brilham no chão
são mais vagos. E uma voz terrível e negra começa a atravessar-me. Não
distingo as palavras que diz através de mim. Lentamente, levanto o olhar ao
céu. Sobre mim, existe um lugar infinito e maior do que eu. Sobre mim, o céu
desta manhã é o espaço infinito onde pode existir tudo aquilo que existe no
meu peito. Como a sombra pálida do meu coração, distingo no céu desta
manhã, no céu luminoso e baço do meu peito, a forma branca da lua. O dia
nasceu sobre a noite e a noite continuou sob a luz cinzenta desta manhã. A
noite feita com formas de fumo e de nevoeiro. Quando ainda era mesmo de
noite e estavas ao meu lado, disseste: não podemos ser felizes. Eu desejava-te
tanto. Eu via os teus olhos através do ar da noite, sabia que estavas a meu lado
e sabia que nos íamos separar. Vi-te partir. Os teus passos a afastarem-te de
mim. Eu estava parado perante o horror, o medo. Tu afastavas-te de mim.
Entravas em casa, como se saísses para sempre de mim. Saías para sempre de
mim. O momento em que fechaste a porta: eu soterrado por todo o negro,
todo o veneno negro. Uma faca infinita. Eu a perceber que ficarás para
sempre fechada dentro dessa casa. Nunca, nunca mais poderás sair. A noite, a
rodear-me, era o lugar negro onde existiam certezas terríveis: a morte, a
morte de tudo. Entre as paredes das casas, a tua casa. Os vidros das tuas
janelas fechadas refectiam a escuridão do mundo. Os meus olhos
derramavam escuridão sobre o mundo. Estavas ainda perto de mim, olhava
para o lugar onde sabia que estavas, a casa que te continha e, no entanto,
aquela casa era um lugar escuro, um poço, era como se tivesses mergulhado
dentro da imensidão negra que existe dentro de cada um de nós. Eu sabia que
nunca mais te voltaria a ver. Eu desejava-te ainda. Agora, desejo-te ainda. Sei
que existem cemitérios. Sei que a casa onde estás, o lugar onde te imagino a
fazer tantas coisas, a não te lembrares de mim, é um lugar de destroços.
Vivemos rodeados de cemitérios. Aquilo que fomos está enterrado à nossa
volta e nunca poderemos saber onde deixámos tudo aquilo que não
voltaremos a ver. No céu, a lua é a mesma que existia quando, deixando-te,
caminhei pelas ruas desertas. Os meus passos na noite. Os meus passos e,
lentamente, o dia a nascer sobre as coisas da noite. Lentamente, a noite fixa
no seu lugar, nos objectos, nas casas, no céu, e o dia a envolvê-la como uma
capa de luz cinzenta. Esta manhã lunar. Esta manhã que é uma manhã e que é
ainda a noite. A lua neste céu branco. Pouso as pálpebras sobre os olhos.
Vapor, nevoeiro. Os teus olhos eram um caminho. Os teus cabelos eram
talvez um horizonte. Não sei como acreditámos que as palavras eram simples.
Sonhávamos e enganámo-nos. Sorrindo, mergulhávamos os lábios no veneno
quando pensámos que bebíamos o antídoto.
Abro os olhos e a manhã é igual. O nevoeiro fresco na minha pele. No
céu, esta lua branca e gelada: padrões de gelo, formas moldadas de gelo. No
céu, a imagem da eternidade. Desço o olhar e, à minha frente, as casas
fechadas, as ruas desertas e reais. Existe qualquer coisa fria na realidade desta
manhã. A cobrir as minhas pernas, o nevoeiro. A atravessar-me, uma voz.
Distingo as palavras que diz através de mim: não podemos ser felizes. Sou
atravessado por essas palavras como sou atravessado pelo nevoeiro.
Recomeço a caminhar. Os meus passos são eu e eu sou esta manhã lunar.
Caminho como se estivesse a ser, de novo, oferecido à lua pelos braços da
minha mãe. Quando era criança, temia a morte. Agora, envelheço tanto.
Temo a morte mas sei que, se tentar fugir-lhe, estarei a correr na sua
direcção. Caminho sobre as pedras do passeio. Ouço os meus passos debaixo
do nevoeiro. Fujo da morte porque quero correr na sua direcção.
A memória como uma maldição. Caímos na eternidade e a memória é
um peso, continua a prender-nos em qualquer ponto para onde nunca
poderemos voltar. Ò lua, ò luar,/ eu fi-lo nascer/ ajuda-mo tu a criar. A
memória é como a esperança da minha mãe na noite em que me ergueu à lua
e, sem saber, escolheu-me um destino. Lembro-me de quando nos
conhecemos e esse dia está debaixo do teu olhar e desta noite. Lembro-me da
minha mão pousada sobre a tua e esse instante está debaixo da palavra
solidão. Lembro-me de tantas coisas impossíveis. Agora, caminho por esta
manhã deserta. As pedras do passeio existem debaixo dos meus passos.
Ninguém, nem sequer eu próprio, me pergunta para onde vou. Nas ruas
desertas, sou uma multidão de gente mutilada a caminhar. Sou aquele que,
esta noite, te viu partir, que olhou para ti quando os teus olhos se despediram
e que não pôde fazer nada senão olhar para ti, o corpo que foi meu, e vê-lo
afastar-se, cada vez mais longe dos meus braços. Sou aquele que nasceu lá no
sul, longe de toda as desilusões, no lugar onde o passado pára, no último lugar
do passado. Sou aquele que sonhou com tudo aquilo que é proibido sonhar.
Sou aquele que é todos estes e muito mais do que estes e que caminha por um
passeio deserto, o nevoeiro, o brilho morrente da luz na água fina da chuva,
sob um céu cinzento, sob a lua como um ponto para onde tudo se dirige.
Caminho nesta manhã como se entrasse dentro de uma casa vazia, a casa que
conheci, que foi minha e que abandonei, como se subisse as escadas dessa casa
de salas mortas, cadeiras mortas, camas mortas, como se me aproximasse da
janela e olhasse lá para fora, como se uma voz negra e terrível me atravessasse.
A manhã é ainda lunar.
Nunca mais poderei deixar o meu corpo esquecido junto ao teu. O
mundo que não existia longe da tua pele. Os meus dedos a deslizarem pela
superfície da tua pele. E o desejo enganava-nos. Os meus dedos entre os teus
cabelos e a inocência. A claridade dos dias que nasciam na tua pele branca, na
forma suave da tua pele feita de silêncio. A inocência repetida em cada
palavra da tua voz, como água de uma fonte, como a minha mão a atravessar o
ar e a dirigir-se para o teu rosto. O teu olhar era a inocência. O meu olhar. E
o silêncio de cada vez que queríamos falar de assuntos mais impossíveis do
que a memória. Nunca mais poderei sonhar porque tu não estarás ao meu
lado e, descobri hoje, só posso sonhar contigo ao meu lado. Espetada
infinitamente em mim, uma faca infinita. Deixei de imaginar o futuro. Sobre
esse tempo que não sei se chegará existe um manto muito mais negro do que
aquele que cobre o passado. Não consigo olhar através desse tempo negro. O
futuro estará depois de muitas noites, mas eu deixei de imaginar as noites. Sei
que, da mesma maneira que esta noite se cobriu de manhã, esta manhã
poderá anoitecer. Consigo imaginar cada tom das suas cores a tornarem-se
negras. Não consigo imaginar este tempo a transformar-se noutro tempo.
Contigo, perdi tudo o que fui para não ser mais nada. Deixei-me ficar nos
sonhos que tivémos. Abandonei-me. Nunca mais entenderemos a lua como
quando acreditávamos que aquela luz que atravessava a noite nos aquecia.
Nunca mais. Nunca mais poderemos sonhar. Nunca mais.
O brilho nas pedras do passeio. Dentro do nevoeiro, há pontos de luz
mais grossos a brilharem. Moedas lançadas para um lago cheio de desejos.
Caminho entre o brilho. Os meus passos afastam-me de nada. Existem veios
de medo na brisa que atravesso. Linhas de medo que me tocam a pele.
Atravesso a brisa e sou atravessado por uma voz que me diz: não podemos ser
felizes. O medo. Sobre mim, o céu é o tempo do mundo. Todo o tempo de
todas as pessoas do mundo. O céu é nunca mais. A lua somos nós, aquilo que
fomos. Como a memória, a lua existe nesta manhã para nos lembrar que
existiram noites, que existiu esta noite em que nos separámos. Caminho
sobre a organização das pedras do passeio, a organização do nevoeiro.
Rodeada pelo tempo do mundo, por nunca mais, a lua somos nós.


José Luís Peixoto ( Ponte de Sor, 1974)

lunes, julio 10, 2006

Giannis Kounellis (Atenas, 1936)

MELANCOLÍA REVOLUCIONARIA

¿Cómo mantener la vida, la fuerza poética, del arte en un mundo en el que la repetición obsesiva, agobiante, de signos y representaciones ha terminado por arrebatarle su potencia inmediata, su capacidad de impacto?
La trayectoria entera de Jannis Kounellis es un intento persistente de dar respuesta a ese interrogante. Un intento en el que la memoria de la civilización, el recuerdo atesorado de la cultura mediterránea clásica, se proyecta en el arco de la utopía.
En el compromiso radical, poético y político, del artista, en una época caracterizada por el conformismo y la resignación.
La incitación artística se sitúa en un juego de presencias no ostensibles. En el mundo de la redundancia de la representación, Kounellis activa huellas: rastros, índices, indicios... de dimensiones no evidentes, pero intensamente significativas. En lugar de la representación explícita, la sugerencia del inevitable tránsito de las cosas. Cambio, metamorfosis, desaparición.
¿Cómo activar el apagado espíritu de nuestra época? La interrogación de Kounellis bucea en lo originario: los materiales del arte, en su radicalidad, han de ir hoy más allá de los géneros artísticos tradicionales.
¿Cómo elaborar un cuadro, dar forma a una estatua, en un mundo donde el lenguaje plástico ha perdido irremisiblemente su estabilidad expresiva?
El artista se convierte en un rastreador, en un arqueólogo de la experiencia vital de una civilización que hoy parece abandonada en las cenizas del olvido.
En ese rastreo, el primer registro es el de los materiales. Ahí se sitúa ya todo un campo de resonancias del eje estético primordial en la obra de Jannis Kounellis: el contraste naturaleza/cultura.
El mundo que habitamos no sólo ha hecho inviable, no operativo, el lenguaje tradicional del arte, sino que además ha colonizado de forma tan exhaustiva lo natural que lo ha hecho desaparecer casi por completo. O, a lo sumo, lo guarda y mantiene en zonas confinadas.
Se trata de un proceso que se remonta a los inicios de la modernidad. Y que fue ya tomado en consideración, en clave estética, por Friedrich Schiller en el paso de la Ilustración al Romanticismo.
En su ensayo Sobre la poesía ingenua y sentimental (1794-1795), Schiller escribió "hoy la naturaleza ha desaparecido de nuestra humanidad, y sólo fuera de ella, en el reino de lo inerte, volvemos a encontrarla en su pureza."
Una vez perdida, para volver a la naturaleza no hay vía directa, nos es necesario el rodeo a través de la cultura. Y es eso lo que marca la diferencia entre los antiguos (los griegos) y los modernos: "Ellos sentían naturalmente; nosotros sentimos lo natural".
De ahí el anhelo, la intensa melancolía, que despierta en nosotros "lo natural", cuyos signos o imágenes se convierten en puntos de referencia centrales para poetas y artistas. Con ellos, a través de sus obras en las que se cifra lo más vivo de la cultura humana, el hombre puede volver a la naturaleza.
Creo, no obstante, que para entender plenamente las resonancias de "lo natural" en la obra de Jannis Kounellis es preciso unir a la melancolía romántica el proyecto de emancipación política, revolucionaria, que tiene su inicio con Karl Marx.
Me refiero, en particular, a los Manuscritos económico-filosóficos (1844), en los que Marx destaca cómo a través de la técnica moderna, de la industria, la naturaleza se ha introducido de forma práctica en la vida humana, transformándola en profundidad y preparando el camino de la emancipación.
En consecuencia, según Marx, "la industria es la relación histórica real de la naturaleza (y, por ello, de la ciencia natural) con el hombre". Es eso lo que permite la perspectiva de una futura unficación de la ciencia natural con la ciencia del hombre. Ya que, en último término, "la historia misma es una parte real de la historia natural, de la conversión de la naturaleza en hombre."
En Kounellis, lo natural aparece siempre no como un registro ideal, sino sometido a la manipulación del hombre. Las piezas de carne dejan la huella de sangre sobre los paneles de hierro: la naturaleza destinada a servir de alimento al hombre, industrialmente "digerida" por la cultura.
Kounellis contrapone los materiales "naturales", orgánicos o inorgánicos, a los artificiales. Y así, en lugar del dibujo o el color, el mármol o el bronce, actúa con elementos dados (naturales) y otros ya hechos (artificiales).
El cuerpo de la mujer, caballos, ratas, cuervos, escarabajos, un loro: todo un conjunto de seres vivos. Pero también la carne animal, las maderas, las hojas de árbol, las piedras, el humo. Y junto a ello, hierro, cera, plomo, yeso, alquitrán, carbón, velas, bombonas de gas, lámparas, antorchas-flechas, máquinas de coser, lana, sacos, repisas, zapatos, abrigos, armarios, arcos, paneles, ventanas y puertas.
Esta somera enumeración de elementos recurrentes nos permite iluminar todo un juego de sentidos: la referencia continua, envolvente, en una larga serie de obras y propuestas, es la presencia ausente del ser humano.
El "rastro" del hombre, las huellas de su vida en la tierra, el signo que imprime sobre todo lo que manipula, fabrica o utiliza. Elementos para vivir: comer, resguardarse, habitar, comunicar, viajar... La disposición de elementos no es, sin embargo, un mero registro taxonómico.
La tarea arqueológica de Kounellis presenta, a la vez, un fuerte giro dramático, escénico. No es extraño, entonces, encontrar en ese año de 1968, tan importante en Occidente para la aparición de un nuevo horizonte de lo político, un texto de Kounellis que es una auténtica poética del teatro.
Un escrito que gira en torno a las categorías de "lo vivo" y "lo verdadero" y que, con ecos que hacen pensar en Antonin Artaud, nos habla de "lo 'natural'" y de "lo 'vivo' como autenticidad teatral".
Escribe allí Kounellis: "Se puede y se debe recomenzar a partir del propio cuerpo, tanto en lo que se refiere al actor como al espectador (lo mismo en el escenario que en la vida)." ["Pensamientos y observaciones", 1968].
En las obras de Kounellis, la disposición de los elementos es escénica: sobre ella gravita el rastro del cuerpo ausente. Y así se desencadena la implicación del espectador, a partir de su inmersión corporal y perceptiva, en la que no sólo opera lo visual, sino los cinco sentidos básicos. Los sonidos, el olor y el tacto desempeñan en sus trabajos un papel tan importante como las formas que los vehiculan.
En un segundo escalón, los sentidos despiertan asociaciones y recuerdos. Y se abre entonces el salto del sentido poético, en el que la biografía del espectador se funde con la del artista, y a través de ello con la historia de la cultura compartida.
En cualquier caso, el dispositivo escénico no supone el escamoteo del cuerpo del propio Kounellis. El artista se hace presente, a la vez, como actor y como acompañante en un juego estético que alude y reivindica el trasfondo ritual del arte.
Toda una serie de obras, en las que el vehículo es la fotografía, desvelan ese papel del creador como actor y psicopompo, acompañante en el ritual.
Jannis Kounellis: sobre la cubierta de una barcaza navegando en el mar (1969), con los labios recubiertos con un molde de oro (1972), sosteniendo en la boca un fuego encendido de gas propano (1973), con una máscara de yeso, ante una mesa en la que se disponen fragmentos de vaciado en yeso y un cuervo disecado (1973), en un collage en el que la mitad de su rostro se une a un montón de piedras fragmentariamente pintadas (1985), su pie desnudo apoyado sobre una vieja máquina de coser (1989), sosteniendo en sus labios una plancha de hierro con una vela encendida (1989), o en el cartel en el que su brazo sostiene una lámpara ante la imagen de las tareas de carga y descarga de un barco (1989).
Hay aspectos muy importantes en esa serie de imágenes del artista. En primer lugar, la utilización de la fotografía, que refuerza el carácter de índice en el mostrarse a sí mismo. Las ausencias de la mayoría de sus piezas tienen aquí el contrapeso de la presencia explícita del hombre que las creó.
Pero, en segundo lugar, lo habitual en esas fotos es la presentación fragmentaria de su cuerpo. A excepción de su figura lejana en la barcaza (1969), en el resto de los trabajos mencionados lo que se ofrece a la visión es siempre una parte o fragmento corporal.
Lo ostensible del mostrarse se determina con una presentación metonímica: se presenta o destaca una parte del cuerpo. No creo que se trate de algo accidental. Al contrario, lo considero muy signficativo para poder entender el tipo de construcción estética que intenta Kounellis.
Sabemos, y el psiconálisis ha insistido en ello, que nuestra visión de los cuerpos de los otros es siempre parcial, fragmentaria: la pulsión escópica aisla planos del cuerpo del otro, que son los que constituyen el punto de anclaje del deseo.
Y sabemos, también, que la disolución del clasicismo implica el estallido de la obra de arte orgánica, su explosión en fragmentos. El artista se muestra a sí mismo, como signo de su entrega, de su ofrenda corporal en el proceso de la obra. Pero el signo de esa presencia, en la época post-clásica, no puede ser ya el de la presencia rotunda y completa de las figuras clásicas, sino el signo de la fragmentación.
Una vez más, el rastro, la huella, aunque aquí a través de la intensificación expresiva de la metonimia, en la que una parte vale por el todo. Un todo ya inexistente o inaccesible en nuestro universo de representaciones estéticas.
Podemos también, ahora, apreciar la importancia metodológica y expresiva del collage en las propuestas estéticas de Kounellis. En realidad, el contraste naturaleza/cultura que aparece recurrentemente en sus piezas no se presenta nunca como "totalidad" expresiva, sino como collage.
El planteamiento de Kounellis evita la recaída en el idealismo, la fabulación de una unidad de la naturaleza y la cultura construida sobre "el espíritu" o la idea. Por el contrario, lo que aparece en sus piezas son partes materiales del mundo, fragmentos de la tierra habitada por el hombre.
Los materiales orgánicos e inorgánicos, lo caliente y lo frío, lo luminoso y lo oscuro, los objetos y las huellas, se articulan y confrontan no como piezas de un engranaje, sino como fragmentos "pegados" en la visión.
Una visión que, lo mismo que la memoria, rescata partes y motivos, selectiva y accidentalmente, y los mezcla en un registro abierto, expansivo.
Lo que a primera vista puede parecer accidental, está en realidad revestido de una fuerte determinación expresiva. El fragmento de madera es, a la vez, la parte vertical de una cruz, con lo que se alude, en un intenso registro polisémico, tanto a los materiales de la naturaleza como a la truncada historia espiritual de nuestra civilización.
El fragmento de la cruz, el cristianismo roto, es también un índice de la ausencia de espiritualidad de nuestro mundo. Una constatación ésta omnipresente en todo el trabajo de Kounellis, en el que continuamente percibimos la decidida voluntad de hacer patente que una cosa es lo laico y otra la ausencia de espiritualidad.
Las flores de hierro, las balanzas con polvo de café, las ánforas con agua de mar o sangre, las bombonas de gas que se prolongan en los tubos extendidos como reptiles, en el suelo o en el aire, no son "meras" paradojas expresivas: articulan lo plástico y lo alimenticio.
Muestran que en los más simples elementos materiales el hombre deposita un signo de elevación, una marca espiritual. En definitiva, Kounellis realiza de forma recurrente una reivindicación del carácter espiritual del trabajo humano que, más allá de toda mixtificación idealista, abre el camino para la comprensión de la espiritualidad latente en el mundo material, en la tierra que habitamos.
El fuego y el hierro establecen un nexo, una conjunción de lo primordial, de la que brota la luz, probablemente el material plástico decisivo, aunque con frecuencia inadvertido, en todo el trabajo de Kounellis.
En todas sus piezas, la luz articula el sentido dramático de los materiales y fragmentos. La luz, que brota de lo más profundo de la tierra. Que nos acompaña e ilumina en lo que, si no, sería un mundo de penumbras. La luz, que desde el material más humilde y diminuto del mundo, gravitando en nuestra retina, nos permite volar hacia lo alto, aspirar a la espiritualidad.
En virtud de todo ello, las obras de Kounellis rompen los límites expresivos tradicionales. No pertenecen ni a "la pintura", ni a "la escultura". Pero se nutren de ambas, de su memoria, y se funden en un proceso plástico de organización dramática, teatral, del espacio.
El resultado es un registro "envolvente", en el que, a través de los fragmentos y las piezas, signos de la humanidad, somos capaces de sentir y experimentar las grandes cuestiones de nuestra civilización: la vida, el cambio, la decadencia, la muerte, la desaparición...
El artista no engaña. En ese bucear arqueológico de Kounellis no hay lugar para el ornamento o el esteticismo. En esta época de olvido y abandonos "lo bonito", lo aparente y superficialmente "bello", es una iniquidad. Una impostura moral.
El registro estético de Kounellis es expresión de una rabia contenida, de una actitud rebelde e inconformista, que no acepta que la contienda por la configuración humana de la vida, del mundo, haya terminado irremisiblemente en la derrota.
En ese punto se sitúa el carácter intensamente melancólico de toda su obra, que el propio Kounellis ha hecho explícito al hablar de "la melancolía como propuesta" [1985]. La plenitud estética no puede presentarse como algo banalmente al alcance, so pena de caer en el encubrimiento de la opresión. La Arcadia está fuera de nuestro alcance y el arte ha de hacerlo explícito en sus propuestas: "Mis lanas, que reflejan la Arcadia perdida de vista y fuera del tiempo, se pueden adquirir, según me informan, con 150.000 latas de cerveza." ["Si la casa es cuadrada...", 1988].
Y sin embargo, aun a riesgo de que esa invocación de lo arcádico pueda ser traducida en una cantidad, comprarse, sigue siendo necesaria como compromiso del arte con la búsqueda humana de felicidad, de plenitud.
La memoria y la melancolía actúan entonces como desencadenantes de la utopía, como revulsivos para la no aceptación del estado de cosas existente. El pasado y las imágenes entrevistas de un tiempo de plenitud nos dicen que el mundo no está aún terminado.
La reivindicación de Ítaca: "Ítaca, visionaria Ítaca", la patria del retorno de Ulises pero también la imagen de lo que siempre está más allá, es en Kounellis la afirmación del espíritu de la utopía: "Así pues, contra viento, hacia el puerto donde se refugian las armonías y los paraísos, aun sabiendo que ese destino justo y deseado está muy lejos." ["Si la casa es cuadrada...", 1988].
El mar y la navegación, espacios de vida y simbolización primordiales de la cultura clásica, de las antiguas civilizaciones mediterráneas, descubren así su papel esencial en todo el universo estético de Kounellis. La vida como navegación incierta, zozobrante a veces, pero llena de determinación, hacia las islas de la felicidad.
Obviamente, pocos pensadores pueden estar más cercanos de las propuestas estéticas de Kounellis que Ernst Bloch, el gran pensador de la utopía. Pero además de la coincidencia con los principios y formulaciones centrales de la filosofía de Bloch, lo que ha llamado mi atención es su cercanía en la utilización de algunas imágenes y procedimientos expresivos, centrales para ambos.
En 1930, Ernst Bloch publicó Spuren (Huellas), un libro inclasificable, de prosa no argumentativa ni lineal, en el que a través de relatos y fábulas articulados en una especie de collage narrativo, se presenta una filosofía no ostensible, no declarativa.
Lo que Bloch muestra es el despliegue literario de un interrogante filosófico: ¿se agota el mundo de la apariencia en sí mismo, o encontramos en sus pliegues "algo" que desde dentro mismo lo desborda?
Las historias de Spuren, que conservan un sabor oral, ancestral, como provenientes de la memoria más profunda, presentan a través de un juego de presencias y ausencias, el rastro, las huellas, de ese "algo" que desborda el mundo de las apariencias y que constituye el núcleo de la autotrascendencia humana, la imagen de la utopía.
Como en Kounellis, en los relatos de Bloch hay dos imágenes que revisten gran importancia: la ventana (particularmente, la ventana roja) y la puerta.
Jannis Kounellis ha escrito: "Si la ventana enmarca un paisaje, el visionario acentúa su significado mientras dura la visión." ["Si la casa es cuadrada...", 1988].
El texto "La ventana roja" en Spuren, de Bloch, tiene el valor de un signo que se fija en la adolescencia, en ese período en que se consolida definitivamente el "yo" del sujeto.
Es una impronta que, sin brotar de un plano concreto de la experiencia: la casa, la naturaleza, o el yo, remite sin embargo al todo: "Cada uno guarda de esta época un signo, que no tiene absolutamente nada que ver con la casa, ni con la naturaleza, ni con el yo conocido, pero que, si así se quiere, lo cubre todo."
"Con la ventana como una máscara", concluye Bloch, salimos "hacia la libertad". La ventana marca un dentro y un fuera de nosotros mismos, pero marca así ante todo el paso hacia fuera, la experiencia de la libertad. A través de ella, el mundo se presenta como un territorio de disponibilidad abierta para el hombre.
Otra de las imágenes de gran densidad en Spuren es la puerta, lo que Bloch llama "el símbolo originario letal de la Puerta". Desde que alguien franquea una puerta, se le deja de ver. Desaparece de golpe, como si muriera, lo mismo que el tren desaparece tras la curva.
Este intenso motivo muestra su conexión con la actividad artística en los relatos chinos, recordados por Bloch, que entremezclan la puerta que conduce a la obra y la que conduce a la muerte.
En uno de ellos, un viejo pintor muestra su último cuadro a sus amigos. Pero cuando estos, al ver un rojo extraño en la pintura, se vuelven hacia el pintor, no le encuentran ya junto a ellos, sino en la imagen, avanzando por el también extraño sendero que aparece en el cuadro hacia la puerta maravillosa, ante la que se detiene, se vuelve, sonríe, la abre... y desaparece.
La puerta. El signo no sólo de lo que cierra, sino de lo que abre el límite de lo que nuestros ojos no ven, pero nuestro corazón anhela, presiente.
¿Por qué desde "aquí", desde el mundo de las apariencias, desde las dificultades, el sufrimiento y el dolor, nos encaminamos hacia ella? En las palabras conclusivas de Ernst Bloch: "la tierra inhabitable, con algunos símbolos de la felicidad, es una buena escuela preparatoria para los sueños reales detrás de la puerta."
Ventanas y puertas. Signos, imágenes, de la presencia humana, rastros del paso del hombre en la tierra. Y, por ello, símbolos de la posibilidad humana de ver a través y de traspasar los límites. Imágenes de la utopía.
Ventanas y puertas omnipresentes en la obra de Jannis Kounellis. Quien ha escrito: "Si la puerta tiene una dimensión humana es porque el hombre la atraviesa." ["Si la casa es cuadrada...", 1988].

Extraído del catálogo de la exposición de 1996 en el Museo Reina Sofía de Madrid.


Giannis Kounellis: "Sin título"





Giannis Kounellis: "Sin título"




Giannis Kounellis: "Coats"

lunes, junio 19, 2006


CUANDO LLUEVE EN DOMINGO

Cuando llueve en domingo y tú estás solo,
completamente solo,
abierto a todo, pero no llega ni el ladrón
y no llama a la puerta ni el borracho ni el enemigo;
cuando llueve en domingo mientras tú estás abandonado
y no comprendes cómo vivir sin cuerpo
y cómo no vivir puesto que tienes cuerpo;
cuando llueve en domingo y, solo, no eres más que tú,
¡no esperes ni hablar contigo mismo!
Entonces el ángel es el único que sabe
lo que hay encima de él,
entonces el diablo es el único que sabe lo que hay debajo de él.
El libro sostenido, el poema al caer...


Vladimir Holan (Checoslovaquia)

Imagen tomada en Praga, primavera de 2005.

domingo, mayo 21, 2006

Melancolía de los lugares cerrados


Deja en los labios un sabor a tristeza ver cómo los lugares que nombraron nuestra vida poco a poco van desapareciendo. Hace pocos días, en uno de mis habituales paseos en solitario (en busca de un reencuentro con la ciudad) paseando por la calle Serrano camino de la Puerta de Alcalá pasé por la puerta de una librería que tiene memoria de mi vida, de mis primeros libros de poesía catalana, de mis descubrimientos literarios de Rodoreda, Marçal, Margarit, Martí i Pol...vi las puertas cerradas y empapeladas de la Llibreria Catalana Blanquerna y no pude evitar recordar mi lecturas y mis regresos a casa después de largas conversaciones en una estación de tren. Proseguí mi camino y vi que el Cine Madrid también estaba cerrado y con él los días, mis días...y así vi cafés cerrados, bares, mesas que ya no se ocuparían nunca donde fueron dichas tantas cosas...y mi vida perdida en esos lugares. No pude evitar esa emoción triste de las lágrimas ante un lugar perdido y sin regreso donde también se pierden las presencias y el calor que daban. Y Ahora el Teatro Albéniz tiene fecha de clausura, una caducidad incomprensible: septiembre de 2006. Un teatro que me vio conmoverme al escuchar la hermosa voz de Elefthería Arvanitaki durante meses donde la ausencia me golpeaba irreversiblemente, la melancolía de Lluís Llach, la ternura de Nena Venetsanou...El dolor no viene sólo de un lugar perdido...es el tacto ceniciento de quitarnos lugares a los que ir, donde protegernos de la locura y la agresión del ruido y la mudez, la sordera del corazón. Por ello os pido que firméis en esta página: http://teatroalbeniz.blogspot.com/ y paréis esta borrosa identidad que nos espera.

sábado, mayo 20, 2006


No emergerá la dulzura sino a través de ti. En el silencio y los estremecimientos, nada emergerá del amor, sino a través de ti. Y sabré esperarte.

Hélène Dorion

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Imagen: "Otoño", de Egon Schiele.

viernes, mayo 05, 2006


Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra
que me llevare en blanco día...


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Imagen: Praga (primavera de 2005)

viernes, abril 28, 2006

Morfología de la ciudad


Vértigo de un paseo triste esculpido en soledad...


Imagen tomada en Granada (Paseo de los Tristes, 15-4-2006)

Morfología de la ciudad


Repta el silencio desde tu silencio...

Miquel Martí i Pol


Imagen tomada en un callejón de Granada (15-4-2006)

martes, abril 18, 2006

Giannis Ritsos


Grecidad


Estos árboles no transigen con tener menos cielo, estas piedras no transigen con los pasos enemigos, estos rostros no transigen más que con el sol, estos corazones no transigen más que con la justicia. Este paisaje es duro como el silencio, aprieta contra su seno sus piedras incandescentes, aprieta contra la luz sus olivos huérfanos y sus vides, aprieta los dientes, no hay agua, solamente luz. El camino se pierde entre la luz y la sombra del seto es hierro. Los árboles, los ríos y las voces se convirtieron en mármol bajo la cal del sol, con el mármol tropiezan las raíces, los arbustos polvorientos, la mula y la rosa, jadean, no hay agua, todos tienen sed, años enteros, todos mastican un bocado de cielo además de su amargura. Sus ojos están rojos de insomnio, una profunda arruga clavada entre sus cejas como un ciprés entre dos montes al anochecer. Sus manos están pegadas al fusil, el fusil es una prolongación de sus manos, sus manos son una prolongación de sus almas, tienen sobre sus labios el furor y tienen una pena profunda, muy profunda en sus miradas, como una estrella en un charco de sal. Cuando estrechan la mano el sol está seguro para el mundo, cuando sonríen vuela una pequeña golondrina de su barba feroz, cuando duermen doce estrellas nacen de sus bolsillos vacíos, cuando mueren sube la vida cuesta arriba con tambores y banderas. Hace ya tantos años que todos tienen hambre, que todos tienen sed, que todos mueren sitiados por tierra y mar, el calor devoró sus campos y la sal inundó sus casas, el viento derribó sus puertas y deshojó las pocas lilas de la plaza, por los agujeros de sus capotes entra y sale la muerte, sus lenguas están ácidas como el amargo fruto del ciprés, sus perros se murieron envueltos en sus sombras y la lluvia golpea en sus huesos. Fuman boñigas arriba en las guaridas, convertidos en piedra y por la noche vigilan el rabioso mar donde se ha hundido el mástil roto de la luna. Se ha terminado el pan. Las balas se acabaron, ahora cargan sus viejas armas, solo con sus corazones. Tantos años sitiados por tierra y mar, todos tienen hambre, todos perecen y nadie se muere, arriba, en las guaridas, sus ojos centellean, una gran bandera, un gran fuego rojo, y, cada amanecer, millares de palomas vuelan desde sus manos hacia las cuatro puertas del horizonte.

Giannis Ritsos

El Dios abandona a Antonio

Cuando de pronto se oiga, a medianoche
a un invisible tíaso pasar
con músicas fantásticas, con voces-
tu suerte que declina, tus hazañas
que no fueron cumplidas, tus proyectos
que fueron todo errores, no los llores para nada.
Como dispuesto de hace tiempo ya, valiente,
dile por fin adiós a Alejandría que se marcha,
y sobre todo no te engañes y no vayas
a decir que fue un sueño, que se confundió tu oído.
No confíes en tales esperanzas vanas.
Como dispuesto de hace tiempo ya, valiente,
como te cuadra a ti, que tal ciudad te mereciste,
quédate inmóvil junto a la ventana
y escucha conmovido, pero no
medroso y suplicante como los cobardes,
como un placer postrero los sonidos,
los raros instrumentos del tíaso sagrado
y di por fin adiós a Alejandría que se marcha.

C. Cavafis

Sophia de Mello


Para atravessar contigo o deserto do mundo

Para atravesar contigo o deserto do mundo
Para enfrentarmos juntos o terror da morte
Para ver a verdade para perder o medo
Ao lado dos teus passos caminhei
Por ti deixei meu reino meu segredo
Minha rápida noite meu silêncio
Minha pérola redonda e seu oriente
Meu espelho minha vida minha imagem
E abandonei os jardins do paraíso
Cá fora à luz sem véu do dia duro
Sem os espelhos vi que estava nua
E ao descampado se chamava tempo
Por isso com teus gestos me vestiste
E aprendi a viver em pleno vento.

Sophia de Mello

Fernando Pinto do Amaral


Segredo

Esta noite morri muitas vezes, à espera
de um sonho que viesse de repente
e às escuras dançasse com a minha alma
enquanto fosses tu a conduzir
o seu ritmo assombrado nas trevas do corpo,
toda a espiral das horas que se erguessem
no poço dos sentidos. Quem és tu,
promessa imaginária que me ensina
a decifrar as intenções do vento,
a música da chuva nas janelas
sob o frio de fevereiro? O amor
ofereceu-me o teu rosto absoluto,
projectou os teus olhos no meu céu
e segreda-me agora uma palavra:
o teu nome - essa última fala da última
estrela quase a morrer
pouco a pouco embebida no meu próprio sangue
e o meu sangue à procura do teu coração.

Fernando Pinto do Amaral

martes, abril 11, 2006

Noches Áticas


Noches Áticas

Aguanieve en las calles
vivaces, en Eleusis,
en los entumecidos laureles del invierno
que oscilan en su altar.
Acaparar los víveres supremos.
Saber qué horas rituales te fueron concedidas.
La noche, esa granada
que cruje y se derrama cuando le hundes los dedos.
Los banquetes del Tiempo, sus copas fragilísimas.
El tiempo que se sacia de sí mismo,
de líquidos futuros, de pretéritos áridos.
Volverás, noche amada,
en la fúnebre barca tapizada de negro
de la heroica memoria,
con sus mojados remos penetrando
las viscosas mareas de la muerte.

Aurora Luque

Imagen: Eleusis.

sábado, abril 08, 2006

Parápono/Xenitiá


Parapono / I xenitia (Queja/El exilio)

Pesadas pulseras las penas,
no dices cuánto me quieres.
Tengo esa queja, amor mío, boca mía,
y que se muera mi cuerpo.
No quiero gente, luz mía,
tengo en el labio el sabor de la menta.
Tengo esa queja, quítame, pídeme,
saeta mía del olvido.
Tengo esa queja, quítame, pídeme,
saeta mía del olvido.
Te envío con una carta
la cuchilla de la luna.
Cógela y golpéame, amor mío, locura mía,
y si llora tu alma, sonríeme.
Cógela y golpéame, amor mío, locura mía,
y si llora tu alma, sonríeme.

Altas montañas y brillos de estrellas,
neblina sobre ríos, abetos, laureles, mirtos.
A mi corazón, ay, fuego mío, a quien sea,
dile que vuelva a mi lado, que no tarde.
Exilio mío, amor mío, luz y amanecer
antes de que se raje bajo mi pasión toda la tierra.
Gargantas húmedas y cuevas de dragones,
alas de águila y nidos negros de los vientos.
A mi corazón, ay, fuego mío, a quien sea,
dile que vuelva a mi lado, que no tarde.
Exilio mío, amor mío, luz y amanecer
antes de que se raje bajo mi pasión toda la tierra.
Ruiseñor, seductora ceniza que calcinas,
dime con qué vino se embriagan sus ojos.
A mi corazón, ay, fuego mío, a quien sea,
dile que vuelva a mi lado, que no tarde.
Exilio mío, amor mío, luz y amanecer
antes de que se raje bajo mi pasión toda la tierra.


Canción armenia tradicional (adaptación griega)

viernes, abril 07, 2006

Cuartos alquilados


Buenas tardes, que desea? Es aquí, sí, haga el favor de cerrar la puerta, si? el señor quiere ver la habitación? es una persona sola? Muy bien. Haga el favor de entrar, es por aquí. Desbordado de luz, limpio, arreglado, con buena cama, colchón suave, mire, mire, no sea tímido! Armario para la ropa, una buena alfombra... no es nueva pero está bien, es de los buenos tiempos, para durar, como en los buenos tiempos. Aquí donde el señor lo ve, esta alfombra ya tiene casi un palmo de edad. El tiempo llega para todos y para todas las cosas... la edad ya casi se la ve, y aunque todavía está alta y suave, los colores ya se le van, pero al señor que más le da? No es en el color de la alfombra que el señor encuentra comodidad! Es en la cama, el armario, la mesa, la silla, la cómoda con cajones... de madera auténtica, buena cosa, se lo garantizo... de los viejos tiempos, cuando las cosas y los muebles eran de valor, nada de plásticos, nada de mezclas de madera en tablitas, yo lo se, la prensada, es como le digo, prensada... Nada, de eso quiero yo aquí, todo esto es sólido, enterito, vea, no sea tímido!Cómo? el precio? Mire, mi señor, esto es así: son trescientos cincuenta escudos, con servicio de cuarto de baño, pequeños almuerzos aparte, veinticinco tostones al día, en caso que esté interesado. Comidas no doy, que son más pérdida que ganancia... al precio de las cosas. Y, si no quiero saldo en contra, tampoco quiero ser explotadora. Porque si alquilo habitaciones, es más como ayuda, no para enriquecerme... Que yo, si quisiera ser rica, no alquilaría cuartos... hasta mi sobrina me daría lo que quisiera, con sólo pedírselo. Con el marido que tiene, era sólo pedirlo... Y los matrimonios que tuve y que desperdicié, porque no me satisfacían... Es el destino, el mío es alquilar habitaciones, el suyo vivir en cuartos alquilados.


Fernanda Botelho ("Sherezade y los otros")

Cuadro de Vilhelm Hammershoi.

domingo, abril 02, 2006

Rayuela


Capítulo 1


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que ese jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la villa derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Leonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Leonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Leonie, Maga; y sí, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado haca miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allá a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacía preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes más altos. Y te calentabas en su estufa de gran caño negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, solo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aun ahora, acodado en el puente, viendo pasar una pinaza color borra vino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aun ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que para llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint-Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint-Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Leonie.Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metíamos en un café del Boul Mich y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde te creí, más tarde hubo razones, hubo madame Leonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. "Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts." (Una pinaza color borra vino, Maga, y por qué no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo - Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la arena Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil...

Julio Cortázar ("Rayuela")

jueves, marzo 30, 2006

María Lainá




No puede entregarse a nadie
y eso ella lo sabe sin querer

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Se había enredado en el sentido
de una palabra inoportuna
-¿y qué importancia tiene ahora?-
Cuando llena de miedo y de tristeza
se volvió a mirar a los otros
la palabra había crecido.

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María se detiene
calla en silencio.

Hermosa luz del día.

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María, ante ella misma
con el cuerpo sumergido hasta la cintura.
Si decidiera quedarse o irse
estaba allí.

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Cualquier alusión a ella
acabará en melancolía
no porque caiga blandamente la noche
sino porque aún se mortifica por ella.

Saliendo de la ladera del camino
intentó no fijarse en el silencio.

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No piensa ver a nadie.
La mayoría de las veces
su amor fue desdichado.


María Lainá (Patras, Grecia, 1947-)

Imagen: Grabado de Rembrandt

domingo, marzo 19, 2006

LA CASA JUNTO AL MAR

La casa junto al mar

Las casas que tenía me las quitaron. Ocurrió
que fueron años bisiestos: guerras, devastación, exilios.
Unas veces el cazador encuentra aves de paso
otras, no. La caza
en mis tiempos era buena, el plomo pilló a muchos.
Otros andan sin rumbo o enloquecen en los refugios.

No me nombres a la alondra ni al ruiseñor
ni al diminuto aguzanieves
que traza figuras con su cola en la luz.
No sé mucho de casas,
sé que tienen su linaje, nada más.
(...)
No sé mucho de casas,
recuerdo sus gozos y sus penas
cuando me detengo alguna vez en mi camino;
incluso alguna vez junto al mar, en alcobas vacías
con una cama de hierro, sin nada mío,
contemplando la araña crepuscular pienso
que alguien está a punto de llegar, que lo visten
de ropas blancas y negras, con aderezos multicolores
y que en torno suyo hablan quedo mujeres venerables
de pelo ceniciento y encajes sombríos,
que se apuran por venir a despedirme;
o queu na mujer de mirada chispeante y fino talle,
de regreso de puertos meridionales,
Esmirna, Rodas, Siracusa, Alejandría,
de ciudades cerradas como cálidos postigos,
con perfume de frutos dorados y de yerbas,
va subiendo los peldaños sin ver
a los que se han dormido bajo la escalera.

Tu sabes que las casa se enojan en seguida cuando las
desnudas.


Georgios Seferis

Ensueño

Ensueño

Duermo y mi corazón está en vela:
contempla las estrellas en el cielo y la barra
y cómo se cuaja de flores el agua en el timón.

Georgios Seferis

viernes, marzo 10, 2006

Lamentación en la ciudad de aire


LAMENTACIÓN EN LA CIUDAD DE AIRE

Trenzados los espejos, tienen
el canto roto
de un cielo desahuciado.

La luz no se conforma
con una muerte a medias.

Soñar es ser
un héroe abandonado,
la soledad del viento.

Trenzados los espejos,
reconocerse en nada:
ser de arena.

Ana Gorría

miércoles, marzo 08, 2006

Desesperanza


Fantasía nocturna, que por la negra noche
errante vas con el sueño,

dulce divinidad: preciso es en verdad que los recuerdos
del tormento mantengan su poder apartado.

Me invade una esperanza de no participar
y no aguardo ninguna de las dichas...

Safo

Lo que queda de mí

(¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre cenizas
sin un adiós, sin nada más que es gesto
de liberar las manos?)

Julio Cortázar